historias de infieles
adicción a la infidelidad
A partir del mes que viene dejaré de quitarle pasta a mi novia. Esa tensión tanteando a oscuras dentro de su bolso buscando su monedero mientras ella caga. Se pasan más nervios cuando le robas pasta a tu chica que cuando crees que se ha enterado de unos cuernos.
Y cierto es que tiraba faltas entre semana, eran amistosos, sin más. Pero el partido grande, el de verdad, lo jugaba los fines de semana con ella. La comía de lujo y nuestro amor solo era comparable a la relación gitano-cobre, cobre-gitano.
No era muy lista, pero ya sospechaba algo.
-¿Por qué bloqueas tanto el móvil?
+Ah, por nada. Toma, mira lo que quieras, no tengo nada que esconde… bueno mejor trae, que tengo unas cosas del trabajo que no puedes ver.
Para recuperar la magia y el deseo en una relación que parecía perdida hay que probar a ser infiel. Porque el poner cuernos es como matar a alguien, al principio te remueve el estómago y te sientes mal, pero después te vuelves adicto y quieres más. Con lo de matar igual.
Y esto que la conversación por chat no va del todo lo fluida que quieres, y sospechas que no vas a puntuar con ella en vuestra primera cita con la de Tinder, hasta que la ves llegar y, por como va vestida, lo confirmas. No vas a meter. Para un día que sales de casa sin la burundanga, en fin.
Viene disfrazada con algo que a día de hoy aún no sabes si era un falda o un pantalón, sin escote, sin maquillar y los zapatos, bueno los zapatos, debían ser de ortopedia. Fatal.
En cuanto os sentáis, te empieza a contar sus mierdas y te das cuenta de que su ex era un cabrón y que podría estar contando tu vida misma o la de cualquier colega.
Y ella quiere saber también de ti y te hace esa temida pregunta “¿y si no trabajas qué haces?” y las ganas de decirle “me dedico el día a intentar chupármela yo solo”.
Le sugieres ir a un sitio más íntimo, quizá la parte de atrás de su coche, es ahí cuando ella te mira raro y te dice “mira, quiero ir despacio. Me han hecho mucho daño”, mientras le comes el cuello.
Y cuando parece que se dejaba querer, de repente, ella con gesto airoso dice lo de “vale ya, me tengo que ir”. Y ahí te quedas, pagando, con los huevos bien llenos y el rabo apuntando a la tragaperras.
0 comentarios